domingo, 29 de julio de 2012

Tocando el cielo de Madrid. 28 de julio.


Ruta en bici 1738918 - powered by Bikemap 

Han pasado ya dos años y tres meses y ha vuelto sorprenderme. En realidad hay mil formas de afrontar un día de alta montaña, mil caminos por los que transitar, mil situaciones a las que enfrentarse. Gracias a todo esto es por lo que merece la pena madrugar y darlo todo por un día especial.

Desde hacía una semana nuestras esperanzas estaban puestas en hacer La Pedriza y llegar hasta uno de los puntos más altos de la sierra madrileña: el Prado la Nava a 2.000 metros de altitud. Marcamos una hora tempranísima, las 7h15 que yo no pude cumplir. La noche anterior la cerré a la 1h de la madrugada y quedaba por montar la baca y los raíles para transportar las KTM. Y luego el desplazamiento en coche hasta nuestro punto de partida, el castillo de Manzanares el Real. Mi retraso fue de 45 minutos, bien soportado por mi compañero Yoni.

En Manzanares comenzamos nuestro asalto a las cumbres a las 9h40, bastante más tarde de lo previsto pero con la sensación de que nuestras piernas harían lo suficiente como para recuperar gran parte del tiempo perdido. ¡Qué ingenuidad!

Atravesamos el pueblo y la zona de chalecitos más próxima a la entrada al parque protegido de La Pedriza y comenzamos nuestra aventura por entre los pinares, por el tramo inicial asfaltado de pocos kilómetros, con un primer escalón de subida que anima a las piernas para todo lo que espera hacia adelante. Una bajada arriesgada conduce hasta el último de los parkings hasta donde pueden llegar los vehículos a motor, y allí otra valla ya delimita la zona absolutamente natural de la mixta. Paramos un momento para que Yoni pudiera echar algo de tierra a los discos de su KTM para que así ayudara a la frenada. Está quedándose sin pastillas de freno y no era el día más adecuado para arriesgar en las largas e intensas bajadas.






Hacía algo más de dos años de mi última y primera visita a este enorme lugar. En aquella ocasión nos juntamos hasta 6 amigos para disfrutar de la bicicleta, el entorno y la compañía, e hicimos la ruta en sentido contrario a las agujas del reloj, subiendo por las famosísimas zetas. Esta vez queríamos probar el sentido contrario. Yoni ya las había disfrutado en otras ocasiones y me aseguraba que era distinta pero igualmente increíble hacerlo de izquierdas a derechas. Y así fue, una maravilla.

A la llegada a la última valla accedimos hacia la izquierda en la bifurcación, y tomamos una cuesta asfaltada pero muy rota, más cuando más ascendía. Entorno ya maravilloso, con cientos de árboles de altura espectacular, con espeso follaje y olores que hacían sentir lo maravilloso de la madre tierra.

Subiendo por este tramo tuvimos nuestro primer encuentro con unos toros que estaban apostados en mitad de nuestro camino y que a su ritmo calmado de vida estaban bebiendo agua de un caño. Entendimos por su aspecto y su actitud que eran del todo "mansos", pero su tamaño y sus cuernos no diferían mucho de los "bravos". ¿Qué hacer? Esperar, claro. En esas estábamos cuando llegó a nosotros otro biker, que nos imitó. Pero la calma de los "mansos" era tal que decidimos emplear nuestra mejor arma: la inteligencia. Tomamos la bicicleta para subirla hacia la pendiente, fuera del camino, y así poder bordear la parte en la que los toros se encontraban bebiendo. Lo hicimos, y los animales nos miraban como si pensaran que hubiera sido más sencillo pasar por el camino... Mejor no arriesgar pensamos todos, porque un pequeño movimiento de esos bichos podría habernos hecho caer al suelo y nunca se sabe de las consecuencias posteriores.

Tuvimos al menos cinco encuentros más con otros grupos de toros pero ya no tan extremo, con tanto bloqueo. Pasando a 3-4 metros a su lado pero en velocidad, ellos ni se asustaban y nos asustaban. Continuamos camino y ascenso, dando con el fin del asfalto y el comienzo de la pista. Todo en subida, sin pendientes extremas hasta que nuestro cuentakilómetros marcaba los 14. Ahí yo comencé a notar que algo en la pendiente cambiaba. Siempre fuimos a ritmo, sabiendo las distancias que tendríamos que soportar. En realidad, de los primeros 32 km hicimos 25 de subida, todos enlazados a excepción de unos 5 intermedios entre el Collado de los Pastores y el inicio de la subida al Prado la Nava.

El tramo que nos restaba hasta el mirador del Collado de los Pastores se nos hizo duro y largo, pero precioso por las panorámicas que ofrece el terreno, la altura que habíamos logrado alcanzar que nos permitía visualizar el camino por el que habíamos transitado, tan abajo, allí en las profundidades. ¡Realmente increíble!

17 km de recorrido y llegamos al mirador, obligada parada para todos. Pudimos disfrutar del paisaje, del aire que nos recuperó, de líquido y sólido, y de un grupo de bikers que estaba compuesto por padres e hijos, los niños de no más de 7 años. Yo me quedé impactado por esto, ya que llevar a unos niños hasta ese nivel de esfuerzo me pareció excesivo. Aunque es cierto que los enanos no aparentaban cansancio alguno...






Cinco minutos de recuperación y nos pusimos de nuevo sobre nuestras bicicletas. El siguiente tramo, de unos 5 km, nos permitió recuperar el oxígeno y la musculatura del esfuerzo de la larga y prolongada subida. Tocaba bajar unos cientos de metros que más tarde, subiendo a La Nava, deberíamos compensar. Divertido este tramo, donde alcanzamos velocidad y en el que pudimos tomar las curvas con energía.

Sin tiempo para parar, comenzamos la subida a La Nava. El recuerdo de la última vez allí no es muy grato. A mitad de recorrido encontramos nieve helada lo que me llevó a caerme hasta en tres ocasiones y tener que volver sobre nuestros pasos. Tenía claro esta vez que muy mal tendría que estar yo para abandonar y no cumplir con tocar el cielo de Madrid.

La montaña sin embargo marca sus reglas y ni tan siquiera en un día de verano y tranquilo se puede asegurar nada. Lo primero es que la subida a La Nava es de 6 km, todos, absolutamente todos en ascenso ininterrumpido, con un terreno horrible, muy bacheado, muy pedregoso, muy removido en muchas partes. Quien consiga subir hasta la cumbre puede decir con seguridad que nadie le ha regalado esa ascensión. Es increiblemente dura, por los kilómetros acumulados y por la altura de 2.000 metros. Hasta en dos ocasiones pensé en echar el pie a tierra y abandonar, volver sobre mis pasos. Las pulsaciones de mi corazón se habían situado de forma constante en los 174 latidos por minuto, cuando en mí eso no es nada habitual. Estaba llevando al límite a mi cuerpo y a mi mente. Creíamos que sería más suave y corta, y a ambos se nos hizo eterna. El frío (sí, he dicho frío) entró en nuestros huesos según ascendíamos. Es julio pero la montaña no entiende de veranos ni de inviernos. En pleno julio, con temperaturas de 35º, en la sierra siguen existiendo regeros de agua limpia que manan por cualquier rincón. A pesar del dolor de la ascensión, del sufrimiento vivido, me sentí afortunado de poder ver todo el entorno y de sentirme parte de él.

Conseguimos nuestro objetivo después de 40 minutos de ascensión para cubrir el empalme hasta La Nava. Arriba tres amigos se divertían y un cuarto biker que nos seguía también se paró a disfrutar de lo conseguido.





Tomamos sólido y líquido, y tras varios intentos imposibles de contactar por teléfono con la familia (no hay ningún tipo de cobertura para móviles a esa altura) iniciamos el descenso. Si dura fue la subida, la bajada no lo fue menos y además muy arriesgada. Los tres amigos que encontramos arriba, resulta que eran tres frikis del pedal en modo descenso. Yo los llevé pegados a mi culo en los dos primeros kilómetros, imposible de pasarme porque en la mayoría del recorrido solo hay un único carril para transitar. Sin embargo, el primero del grupo nos adelantó a los dos en una curva, saliéndose de todo camino, y sus amigos le siguieron al momento. Vaya flipados hay por la vida...

Llegamos al pie del inicio a la subida a La Nava, y sin parada, nos dirigimos hacia las zetas para descenderlas. Subidón de adrenalina, emocionante y mil cosas más se puede decir de este descenso, en el que si no tienes frenos mejor rezarse varios padres nuestros. Se alcanzan velocidades de cuidado con curvas muy inclinadas, muy rajadas y con tierra muy removida. Según bajamos, la temperatura nos hizo recordar que nos encontrábamos en verano, el mercurio subía.

Recorrimos todo el tramo de zetas y acabamos en la vereda del río Manzanares, pero en altura. Desde allí se podía ver mucha gente en las enormes piedras de la zona, tumbados al sol recibiendo sus rayos y bañándose. Paradisiaco. Conseguimos cubrir el tramo hasta el último parking y tras solventar el puertecito intermedio alcanzamos nuestro coche. Eran las 14h15, mucho más tarde de lo que estimamos al principio, pero es que la alta montaña manda con mano de hierro, siendo nosotros unos pequeños títeres en sus manos. Montamos las bicis y camino a casa.

Espectacular el día, maravilloso y adictivo. Es un lujo poder contar con este increíble paisaje a 45 minutos de casa y vivir sensaciones que hacen dar gracias de estar vivo. Repetiré mil y una veces este recorrido, para no olvidarme de que merece la pena el esfuerzo por ver Madrid desde el cielo.

Promedio pulsaciones: 142
Máximo pulsaciones: 176
Promedio calorías consumidas:811
Total calorías consumidas:1.077
Tiempo In Zone (150-182): 1h44

Datos de la ruta:

Recorrido: Manzanares el Real - La Pedriza - Prado la Nava - La Pedriza - Manzanares el Real.
Distancia: 54,84 km.
Tiempo efectivo: 3h50'
Tiempo total:  4h35' (9h40' - 14h15')
Promedio: 14,35 km/hora.
Desnivel: 1.410 metros.
Terreno: pista-asfalto (90-10) %.

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